—El otro día en la piscina perdí tanto la cabeza que, si no llega a ser por tu padre, te hubiera f()llado allí mismo —declara con la mirada y la voz ardiendo.
—¿Y entonces? ¿A qué estás esperando? Hazlo, Víctor —le pido sintiendo cómo oleadas de fuego recorren mi columna vertebral, y me obligo a mantener mis brazos a ambos lados de mi cuerpo para que sea él quien dé esta vez el paso.
—¡Mierda, Val! ¡Cállate, no sabes lo que estás diciendo! —replica alzando la voz, apretando los puños que tiene pegados a sus piernas, tal y como tengo yo los míos.
—¡Por supuesto que lo sé! Si los dos deseamos lo mismo, no veo dónde está el problema.
—El problema está en que hay riesgos que no pienso asumir contigo —masculla, alejándose unos pasos de mí, tomando distancia.
—¿De qué riesgos hablas? —le pregunto, acortándola con los míos.
—Joder, Val, fuiste mi niña, la cría que correteaba a mi alrededor a todas horas, la familia que no tuve y algo así como la hermana pequeña que siempre deseé tener. Te aseguro que no voy a perderte por un puto calentón de media hora.
—¿Por qué? ¿Porque crees que no me gustará y no querré verte de nuevo? Tranquilo, te aseguro que, por muy desastroso que seas, continuaré sonriéndote cuando te vea —le digo bromeando, sin saber de dónde me sale la capacidad para bromear cuando dentro de mí bullen tantos sentimientos.
—Te aseguro que si te acuestas conmigo vas a querer más —me indica bravucón, consiguiendo que sonría con él.
—Cuánta fanfarronería junta en una sola frase —musito sintiendo cómo todo comienza a vibrar de forma distinta entre nosotros y cómo se vuelve demasiado electrizante, demasiado brillante, demasiado resplandeciente… demasiado todo…
«Es fácil vivir con los ojos cerrados, dejarse llevar sin ver; lo difícil es abrirlos y, una vez que lo has hecho, darte cuenta de lo que estás dejando atrás con cada paso que das.«
